
La violencia y las actitudes ligadas a ella deben ser reducidas para mejorar nuestra calidad de vida, para que ésta no sea como lo era en el siglo XVII “asquerosa, brutal y corta” según la sintética descripción de Thomas Hobbes.
Las preguntas que debemos responder son: ¿Por qué existe la violencia? y ¿De qué manera podemos reducirla hasta límites controlables y tolerables?.
La respuesta más inmediata es atribuir la violencia a una condición innata de la especie humana. Homo homini lupus, decía Hobbes y proponía una monarquía absoluta para refrenar la agresividad natural humana. Rousseau, por el contrario, consideró muchos años después que el hombre es naturalmente bueno y que es la vida en sociedad y el proceso histórico de la producción el que lo ha depravado. El debate acerca de si es la herencia o el medio la causante de la violencia humana es inagotable y tal vez no nos lleve a ningún lado en lo que concierne a la resolución de nuestros interrogantes. Propongo como estrategia replantear la cuestión. Prefiero preguntar ¿por qué hay conflictos entre las personas? Y ¿en qué circunstancias los conflictos derivan inevitablemente hacia la violencia?
Básicamente entiendo que los conflictos entre las personas se deben a que sus opiniones o intereses o ambas cosas a la vez son divergentes.
Las diferencias de opinión o de interés sólo se pueden dirimir mediante métodos pacíficos como la argumentación o el compromiso razonable o la violencia destinada a sojuzgar o destruir al rival.
Esto parece demasiado maniqueo o drástico para estos tiempos de pensamiento políticamente correcto. ¿ No habría tal vez una tercera vía?, ¿No sería acaso posible el quietismo, “hacer la plancha” como se dice en el argot de la clase política, evitar las definiciones, hacer un hábito de la postergación indefinida de las soluciones a los problemas y mantener la paz?. Esto es a mi modo de ver imposible.
Las diferencias de opinión o de interés tarde o temprano deben ser dirimidas y postergar la definición crea a su vez nuevas dificultades que se añaden a las existentes. Esta acumulación de conflictos hace muy difícil su solución pacífica no sólo por la complejidad creciente de los problemas sino además por las suspicacias, los enconos, el deterioro de las relaciones entre las partes por lo que las cuestiones postergadas suelen terminar desencadenando una violencia mayor que la que se quiso evitar. ¿Significa esto una apología velada de la guerra y de la violencia en las relaciones humanas?
De ninguna manera, se trata sólo de una constatación de cómo se comportan efectivamente las personas en sus relaciones recíprocas. Con relación a los conflictos bélicos quiero recordar que Ortega y Gasset sostenía en “La rebelión de las masas” que la guerra era un medio que habían inventado los hombres para solventar ciertos conflictos y que la renuncia a la guerra no los suprime, sino que por el contrario los deja más intactos y menos resueltos que nunca. En esas circunstancias, la ausencia de pasiones, la voluntad pacífica de todos los hombres resultarían completamente ineficaces, porque los conflictos reclamarían solución y, mientras no se inventase otro medio, la guerra reaparecería inexorablemente. Por eso para ese filósofo español la paz no era fruto del voluntarismo y de las buenas intenciones sino que debía ser construida, además, mediante el esfuerzo tenaz y consciente de resolver los conflictos mediante el derecho.
Siguiendo esta línea de pensamiento, considero que la reducción de la violencia requiere inexorablemente no sólo de eficaces instituciones sociales para la solución pacífica de los conflictos, sino que asimismo las personas adopten una actitud interior que posibilite el funcionamiento de bona fide de las instituciones. Instituciones adecuadas y buena voluntad son la precondición de toda solución pacífica de los conflictos.
¿En qué consiste esa actitud interna, que llamamos buena voluntad, y que posibilita el funcionamiento de las instituciones que sirven a la solución pacífica de los conflictos?
Esa actitud puede caracterizarse como “razonabilidad”. La razonabilidad es la esencia misma del libre pensamiento. Personas librepensadoras son aquellas cuyas ideas no están atadas a la voluntad de otros y tienen la capacidad de tomar decisiones por si mismas.
La razonabilidad consiste en estar dispuesto no sólo a tratar de convencer al otro, sino también en estar dispuesto a dejarse convencer por el circunstancial adversario si las razones que expone son mejores que las propias. Como bien señala Karl Popper, la actitud de razonabilidad puede definirse con estos conceptos “Creo que tengo razón, pero yo puedo estar equivocado y ser Ud. quien tenga la razón; en todo caso discutámoslo, pues de esta manera es más probable que nos acerquemos a una verdadera comprensión que si meramente insistimos ambos en que tenemos razón”. Según el referido autor esta actitud de razonabilidad o racionalista presupone cierta dosis de humildad intelectual, tener conciencia de que muchas veces nos equivocamos, que no somos omniscientes y de que debemos a otros la mayoría de nuestro conocimiento. Ahora bien ¿Es posible esperar razonabilidad cuando están en juego los intereses? Evidentemente los conflictos de interés tienen una forma de resolución infinitamente más complicada que los de opinión. Sin embargo, también aquí, y pese a la incredulidad de muchos, la razonabilidad es una de las características más importantes de un “buen hombre de negocios” o un “buen padre de familia” como se dice en el ámbito de derecho ligado a las actividades empresarias. La necesidad de mantener el crédito del que se goza, la previsión de las consecuencias a largo plazo de los propios actos, la necesidad de no generar conflictos que puedan interrumpir el ciclo de la producción y circulación de mercancías, la conveniencia de reducir los riesgos de un siniestro, etc. contribuyeron a generar esa racionalización creciente del mundo de los negocios. Los empecinados, los vengativos, los arbitrarios, los buscapleitos no sirven para hacer buenos negocios. El aventurero, el animal de rapiña, el estafador son personajes dominantes en los escenarios propios de un sistema atrasado más que de uno evolucionado. En los países centrales los grandes escándalos del mundo de las finanzas no tienen como corolario la impunidad porque son disfuncionales a un sistema en el que el conjunto de sus actores (comerciantes, comisionistas, ejecutivos, etc.) son los principales beneficiarios. Precisamente, fue el derecho comercial y su doctrina uno de los más dinámicos desde la Edad Moderna hasta la fecha y el que más aportes hizo en relación al crecimiento de la seguridad jurídica, y a la resolución alternativa de conflictos, incluso a pesar de tratarse de un ámbito donde la codicia es la pasión dominante.
La actitud contraria a la razonabilidad o al libre pensamiento puede asumir distintas variantes, todas ellas muy peligrosas para la paz. Quiero recordar que según la Declaración Universal de derechos Humanos la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen como base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana
La actitud contra la razonabilidad más evidente es la del fanatismo, es decir la actitud dogmática de quien se considera el orgulloso poseedor de verdad y descalifica moralmente al que discrepa atribuyéndole perturbaciones mentales o malas intenciones. El fanatismo y la intolerancia tiende por su propia naturaleza a derivar en odios, persecuciones, venganzas, enfrentamientos armados, tiranías, resistencias armadas, etc. que tornan imposible la verdadera paz.
Pero también hay otra clase de actitud que es tan peligrosa como el dogmatismo que sin embargo suele pasar desapercibida. Esta actitud es la del escepticismo. La actitud del escéptico para quien no hay posibilidad de discernir entre la verdad y el error, entre el bien y el mal; la actitud de aquel para quien da igual la teoría del “Big Bang” que el mito bíblico de la creación, el “Mein Kampf” de Hitler y la Carta de la Organización de las Naciones Unidas, no es algo inocuo ni mucho menos.
El escepticismo puede definirse como toda filosofía que afirma expresamente o implica analíticamente que las condiciones objetivas o subjetivas de la posibilidad de conocer son siempre inexistentes. Es escéptica una filosofía que, por negar las condiciones subjetivas del conocimiento, no admite que las personas puedan darse cuenta de sus errores, distinguir entre lo pernicioso y lo conveniente, lo que son sólo prejuicios y las pruebas o evidencias valederas. Es escéptica una filosofía, por negar las condiciones objetivas del conocimiento, que no admite las reglas de la lógica en la argumentación, que rechaza el concepto de verdad, proposición, la existencia de métodos y principios para distinguir el razonamiento correcto del incorrecto.
Las llamadas doctrinas escépticas son esencialmente contrasentidos. Afirmar una doctrina y conculcar en su contenido, sea expresa o implícitamente, el concepto de verdad es autocontradictorio, es una doctrina que se destruye a si misma. La afirmación de que no existe ninguna verdad objetiva pretende ser ella misma una verdad objetiva y si admitimos que existe al menos una verdad objetiva entonces la proposición que niega la existencia de verdades objetivas o es falsa o carece de significado. El autor que afirme la existencia de fronteras del conocimiento más allá de las cuáles no puede aventurarse el entendimiento humano, no puede justificar su pretensión a menos que él mismo haya podido franquearlas. Tal como decía Wittgenstein “para trazar un límite al pensamiento tendríamos que ser capaces de pensar ambos lados de este límite”.
El escéptico, pese a su apariencia bonachona y tolerante, es tan peligroso como el dogmático porque al cancelar toda posibilidad de acercarse a la verdad y a la justicia termina cayendo en el nihilismo moral, en la rendida admiración del orden establecido (positivismo ético), de los poderosos, de la capacidad de violencia del más fuerte. Bertrand Russell señalaba que “la falta de creencia en una verdad objetiva convierte a la mayoría de la gente, prácticamente, en árbitros de lo que hay que creer. De aquí Protágoras fue inducido a una defensa de la ley, convención y moral tradicionales. Aún cuando no sabía si los dioses existían, estaba seguro de que deben ser venerados. Este punto de vista es el adecuado para un hombre cuyo escepticismo teórico es profundo y lógico... Trasímaco, en el primer libro de La República, arguye que no hay justicia, excepto el interés del más fuerte, que las leyes se hacen por los gobiernos para su propia ventaja, que no existe una norma impersonal a la cual apelar en las contiendas por el Poder. Calicles, según Platón (en Gorgias) sostuvo una doctrina parecida. La ley de la naturaleza, dijo, es la ley del más fuerte; pero los hombres han establecido ciertas instituciones y preceptos morales, por su conveniencia, para refrenar al más fuerte” (Historia de la Filosofía Occidental”, Cap. X, pág. 97 y 98. Ed. Espasa Calpe S.A., Madrid 1971).
El escepticismo no sólo dio esos frutos en la Antigüedad sino también en la era contemporánea. El escepticismo contemporáneo reapareció en la segunda mitad del siglo XIX bajo las formas de las corrientes irracionalistas y nihilistas que apelaron a la voluntad de poder, a la mitología de la “sangre y la tierra”, a la mística religiosa o nacionalista, a la exaltación del sentimiento sobre la razón.
Ese escepticismo renovado periódicamente en el siglo XX ha desembocado en el relativismo cultural contemporáneo. Este relativismo que pretende cancelar toda crítica a formas culturales ajenas a las propias y las declara incomparables constituye un verdadero freno al progreso moral de la Humanidad a la vez que niega su unidad. Este relativismo cultural es la coartada moral para la indiferencia frente a la conducta de los tiranos y fanáticos que mantienen encadenada a buena parte de la Humanidad. También es una defensa espuria contra las fundadas críticas que otros puedan dirigirnos contra nuestra sociedad y cultura de la que tan orgullosos nos sentimos. Los peligros del relativismo para con la efectiva vigencia de los Derechos Humanos fue puesta de manifiesto por el profesor Janusz Symonides, Director de la División de los Derechos Humanos, la Democracia y la Paz, de la UNESCO. Dicho funcionario sostuvo que
“ La aceptación del derecho de todas las personas a tener identidades culturales diferentes, el reconocimiento de las especificidades y diferencias culturales suele considerarse una "justificación" del relativismo cultural, planteamiento no sólo erróneo sino también peligroso”.
“La aceptación de la idea de que las personas pertenecientes a una cultura no deben juzgar las políticas y valores de otras culturas, de que no existe ni puede existir ningún sistema de valores comunes, de hecho, socava la base misma de la comunidad internacional y de la "familia humana". Estas no pueden funcionar sin la existencia de parámetros que les permitan determinar lo que es correcto o equivocado, lo que es bueno o malo”.
“La Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo en su informe, "Nuestra Diversidad Creativa", señaló que la dificultad lógica y ética en relación con el relativismo es que también debe respaldar el absolutismo y el dogmatismo. El relativismo cognoscitivo carece de sentido, el relativismo moral resulta trágico. La afirmación de normas absolutas es una condición sine qua non del discurso razonado referente a un código de conducta o comportamiento”.
“La Declaración de Viena aprobada por consenso por la Conferencia Mundial de Derechos Humanos (1993) confirmó la universalidad de los derechos humanos y rechazó la noción de relativismo cultural. En el párrafo 1 de la Declaración, se reafirma el solemne compromiso de todos los Estados de cumplir sus obligaciones de promover el respeto universal, así como la observancia y protección de todos los derechos humanos y de las libertades fundamentales para todos. Se destaca que "El carácter universal de esos derechos y libertades no admite dudas".
“En el párrafo 5 de la Declaración se hace referencia al problema de las peculiaridades nacionales y regionales: "Todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes (...) Debe tenerse en cuenta la importancia de las particularidades nacionales y regionales, así como de los diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos, pero los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales".
“Los resultados de la Conferencia de Viena confirman que el relativismo cultural se está batiendo en retirada en muchos frentes. A fines del siglo XX, los derechos humanos no pueden verse como un "producto occidental"; fueron desarrollados por la comunidad internacional en su conjunto y le pertenecen, son ahora el patrimonio común de la humanidad. Rechazando el relativismo cultural y reconociendo al mismo tiempo la importancia de las especificidades culturales, la Conferencia de Viena intensificó el debate acerca de las relaciones entre los diferentes valores culturales y los derechos humanos”.
“La existencia de diferencias culturales no debería llevar a rechazar ninguna parte de los derechos humanos universales. Esas diferencias no pueden justificar el rechazo o la no observancia de principios tan fundamentales como el principio de igualdad entre mujeres y hombres. Las prácticas tradicionales que se contradicen con los derechos humanos de las mujeres y los niños tienen que ser modificadas”.
“La diversidad cultural, la pluralidad de culturas tienen que ser vistas como factor positivo que lleva al diálogo intercultural. En el mundo contemporáneo, las culturas no están aisladas. Interactúan pacíficamente e influyen unas sobre otras. La dinámica intercultural se pone en movimiento a causa de las procesos contemporáneos de mundialización que conducen, no sin tensiones, al surgimiento, la consolidación o la reformulación de valores culturales y éticos específicos comunes a las diversas zonas culturales”.
La conclusión a la que podemos arribar luego de estas consideraciones puede sintetizarse en que el librepensamiento no es algo que pertenezca al pasado ni tampoco que sea una conquista ya consolidada. El librepensamiento es una actitud frente a la vida que debe ser trabajada cotidianamente y sin descanso con las herramientas intelectuales que integran el acervo de nuestra institución que se extiende sin fronteras de norte a sur y de este a oeste.
Cumplido.
El Masón.