jueves, 11 de diciembre de 2008

60º Aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La Declaración -nacida tras los horrores del nazismo promueve la igualdad y libertad de hombres y mujeres en todo el mundo, "sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición."
La Asamblea proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos "como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción. " (Preámbulo)
En todo el mundo, derechos humanos elementales como el de la alimentación, la vivienda, la libertad y la educación, entre otros, son violados sistemáticamente, por acción u omisión de los gobiernos, como ocurre actualmente en Cuba y, donde encontramos ejemplo en el día de ayer, ante una ola de arrestos a opositores cubanos por la policía política, con la intención gubernamental de impedir marchas pacificas en conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, como, la prevista en el conocido parque Villalón de la localidad del Vedado en ciudad de La Habana.
Para aquellos que dicen que hay apertura en Cuba, con hechos como estos, entre otros, demuestran todo lo contrario: La triste realidad cubana, el actuar represivo del Estado totalitario al ejercicio de un derecho inherente.
Algo que debe ser solucionado con emergencia. Eso creemos.

El Masón.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Los simbolos en la Masoneria.

De forma empírica se puede aceptar que el lenguaje humano tiene tres niveles que coexisten de forma jerárquica. El primer nivel es el de las señales, el segundo el de los signos y el tercero el de los símbolos. El nivel de las señales corresponde a la gestualidad y oralidad. Gestos e interjecciones no apelan a significados o a interpretaciones sino son acciones comunicativas directas, es decir, una acción entre sujetos comunicantes, no necesariamente pensantes, aunque si mínimamente conscientes, esto es, se co-determinan en sus actividades. Las señales pueden ir dirigidas a la cooperación, la confrontación, etc., y son parte de la acción directa entre los seres. Un gesto de admiración facial es una señal, clara, que no apela a ningún significado, no necesita ser interpretado, no dice pero puede ser captado plenamente y la conducta se altera en función del mismo. Un grito de desesperación es igualmente posible de modificar la acción humana y coexisten con los demás niveles del lenguaje humano.
El siguiente nivel es el de los signos y que nació junto con la producción de herramientas. Cuando el ser humano produce sus herramientas externa liza contenidos mentales que pueden presentarse y representarse intersubjetiva- mente. Lo que implica el nacimiento de referentes a los cuales la comunidad puede acudir intersubjetivamente . En este caso, los signos representan aquellos contenidos mentales que adquieren permanencia como tecnológicos.
Pero los signos no se mantienen atados a significados utilitarios, pues pueden deslizarse hacia nuevos significados mediante el arte ritual. La danza humana ritual se diferencia de la danza de las abejas por su carácter representacional. La abeja acciona conductas en otras abejas por medio de su danza, la danza humana acciona contenidos mentales que pueden representarse una y otra vez. La oralidad deja de ser un lenguaje de señales para transformarse en un lenguaje de signos, un lenguaje articulado o instrumental.
El tercer nivel es el de los símbolos. Los símbolos nacen junto con la autoconciencia y con la conciencia de la muerte. No son meros signos sino que son proyecciones individualizadas de mentes ya personales. El símbolo no está destinado a ser referencial o a la comunicación, esta destinado a la autoconstrucción de la realidad personal. Cuando el lenguaje alcanza este nivel, el nivel de la autoconciencia, la comunidad se desliza hacia su desintegración, pues mientras los signos mantienen un universo cohesionado entre los individuos, los símbolos representan la rebelión. Un símbolo es una creación tal vez determinada pero si espontánea de una conciencia que se desata de los lazos de la comunidad. Los símbolos se ensamblan en discursos que obedecen al principio de identidad porque son emitidos por entidades.
Cuando se llega al nivel simbólico se ha pasado de lo significativo a lo interpretativo. Luego el lenguaje simbólico es intencional, es decir, es un ejercicio de la voluntad sobre el mundo y solo secundariamente comunica. Cuando se inicia asimismo se inaugura el combate interpretativo entre identidades humanas, que cesa en la construcción de un mundo común basado en acuerdos y no en significados. El lenguaje simbólico exige interpretaciones pero no necesariamente apunta a la comunicación. A veces el individuo no quiere ser totalmente entendido y permanece en la ambigüedad, pues puede llegar a valer más la fuerza de la voluntad ejercida que cualquier significado. El lenguaje simbólico tiene antes que nada sentido, es decir, una dirección en la que se ejerce como voluntad sobre el mundo, y luego, tal vez y no necesariamente, significado.
Estos niveles de lenguaje humano coexisten en forma jerárquica y complementaria sin anularse entre si, por el contrario, constituyen una mixtura imposible de discernir. Es decir, símbolos-signos- señales es lo que tenemos.
Cuando el símbolo emana del individuo emana como una proyección en lo real y a través de lo real, esto es, cargado de un deseo de permanencia que constituye el futuro. El símbolo es de un determinado sujeto y por el se identifica a este. El símbolo, entonces, es más que un mero lenguaje, reconocimiento o representación. Es un acontecimiento de la propia identidad. Un acontecimiento que inscribe a uno mismo para los demás.
Cuando el símbolo se materializa, su materialidad no lo es todo. Queda también trazado el cordón que lo une a aquel que lo materializó. El símbolo no solo es un producto mental, también puede ser el que encadene a la propia mente. El sujeto no se desliza de su discurso, lo más que puede hacer es revelarse contra él, lo cual implica un trastorno de la voluntad.
El símbolo, aunque es la escritura del ego, se revela a los otros como signo. Ese es su peligro. La comunidad puede o no presentir que la representación ya no es inocente flujo del significado, sino proyección de un deseo. Allí esta el riesgo. Detrás de cada discurso simbólico no solo hay indicativos para el camino sino también están presente el ejercicio de un poder de seducción. No es otra cosa que la magia de apoderarse de los otros mediante el ejercicio de la creatividad simbólica. El hechicero penetra con su voluntad en la mente de sus congéneres no simplemente para demarcar la realidad, sino para imponerse como lo real y lo realizable, esto es, como amo del deseo.
Pero hay más posibilidades, el propio sujeto simbólico cae en las redes de sus propios símbolos porque al mismo tiempo que se descubre como una identidad, es decir como lo identificado en el símbolo, esta auto-referenciabilidad ya no puede ser olvidada. Es presa de sí mismo con las cadenas de su obrar simbólico, y a partir de allí esta obligado a su futuro y por lo tanto, y esto es lo que lo lleva a su muerte simbólica inevitable. Decir la propia palabra es aceptar la aniquilación a través de esta autoafirmación irrenunciable. En ese sentido no hay mucha diferencia entre discurso simbólico y acto criminal. El castigo por alcanzar la autoconciencia es quedar fuera del mundo tras una pared de símbolos.
Pronto, por el ejercicio de la proyección simbólica de la voluntad, el muro simbólico deja atrapado a los individuos, y a toda la comunidad, en un universo simbólico. Ya no hay una unilateralidad de signos con sus significados que permita la adherencia inocente a las cosas, hay un conflicto de interpretaciones individuales, de egos que quieren apoderarse de los otros. La concordia total solo es posible por el común sometimiento a una única interpretación. Esta interpretación única debe ofrecer alguna forma de inmortalidad y exigir el acatamiento implícito. A este acatamiento se le llama deber.
En el símbolo la mente ya no puede pertenecer al cuerpo sino a su obra. El cuerpo cae de la mente, que se vuelve alma incorpórea, y puede ser, entonces, víctima de ella en un oprobio de laceraciones que pueden coronarse en el suicidio. Suicidarse es acabar con las cadenas del pensamiento simbólico en un intento de volver al mundo a través de la absoluta negación de la propia voluntad. El ser simbólico, ese demonio, es la más solitaria de las criaturas, atrapada en el laberinto de su propio discurso sin un hilo que lo ayude a regresar al punto de partida. Una vez que se piensa ya no se puede dejar de pensar. La alternativa para el suicidio es el olvido o la locura. Enloquecer, sin embargo, es ser devorado por los propios símbolos. Es un auto devorarse producto de la debilidad, el exceso o la cobardía. En esto consiste ser cobarde: en no soportarse a uno mismo con toda la carga de la autoconciencia. El cobarde puede hallar su fuerza en obedecer para no pensar.
La obediencia es un buen camino para liberarse del peso de la soledad que se respira en el cerrado circulo de uno mismo. Obedeciendo se incorpora en el mundo. La creencia en un mito es precisamente el entregarse obediente a la voluntad ajena, es el enajenarse para sentir la entusiasta corriente del mundo pasar a través del propio cuerpo y la propia mente y no ser ese arriesgado caminante que construye su propio camino entre dos abismos: el del nacimiento y el de la muerte. Someterse es obtener la normalidad, aunque las cadenas con que se ata la mente se vuelvan casi invulnerables por la renuncia cometida. Los dominadores no absorben las conciencias de sus súbditos sin que exista la reciproca obediencia.
El que obedece levanta ídolos alrededor de los cuales pretende girar, y esos ídolos, porqué no, pueden ser humanos tan deseosos de hundirse en un mundo como él mismo. Así es como se tiene una jauría humana, lanzada hacia el futuro, deseosa de saborear las vísceras de la existencia para poder olvidar por un momento el sabor de la propia fuga.
El sujeto humano es una araña atrapada en su propia red de símbolos, este ha sido su riesgo, su tragedia y su proeza desde el principio. En su intento de desenredarse busca el mundo a través de los símbolos, y en esto consiste la ontología, o se busca a sí mismo, y en esto consiste la gnoseología y la lógica, o tratar de encontrar un camino auténtico, y en esto consiste la ética. Pero la filosofía, por lo menos hasta ahora, no ha sido su mayor solución.
La búsqueda del conocimiento mismo tiene sus propias trampas, en busca de un sendero se abona la idealidad de los símbolos con el martirio. La esperanza se inmola en los altares de la atemporalidad o del futuro, desmesurada por la impotencia o por el exceso de sueños. Otra opción moderna es abandonarse en el objeto, esto es, la ciencia objetiva y su expresión técnica.
El cuerpo humano ha dado su respuesta a esa mente dislocada por los símbolos, pues ya no tiene sexo sino sexualidad. El placer, esa descarga de la vida sobre el éter del alma, la vivifica por momentos, la une, la desprende de su soledad. El placer invita a encontrarse con los otros y con el mundo en el diálogo de los cuerpos y los símbolos. Esta opción ha sido otorgada. El hedonista en parte lo sabe, pero no ve más allá del placer mismo, aun sigue hundido en sí mismo y le basta con reiniciar una y otra vez esos intentos de recuperar la corporeidad. Gozar sin prisas del mundo y de la vida para ser mundo y para la vida: tal vez sea esa la respuesta al desgarro simbólico de la autoconciencia.
El ser autoconciente puede reír y puede llorar. Durante mucho tiempo ha pretendido la orgía en mares de lágrimas para transformarse a sí mismo en fuerza cósmica y echar al olvido su dolorosa separación de las fuentes. Debería pensar ahora en el juego y la risa. En eso consiste la seriedad de la existencia. Del mismo modo que los símbolos permiten enfocar destrucciones y autodestrucciones, responsabilidades y llantos culpables, del mismo modo pueden abrir la puerta al juego y la inocencia del juego, es decir, a la construcción de un mundo pletórico de posibilidades. Ya no más naturaleza, sino el artificio pleno, ya no más humanidad adolorida sino límpidos sueños entre las estrellas. De lo orgiástico a lo lúdico, ese es el camino. ¿Llegará el día en que por fin dejaran de realizarse desfiles militares y se vea corretear, en su lugar, a todos los niños en un mar de risas? Penosa e inocente pregunta.
Nietzsche resume diciendo: "Más ahora, decidme hermanos míos: ¿Qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león haya podido hacer? ¿Para qué pues habría de convertirse en niño el león carnicero? Sí, hermanos míos, para el juego divino del crear se necesita un santo decir sí: el espíritu lucha ahora por su voluntad propia, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo."
Federico Nietzsche en el parágrafo 373 de "La Gaya Ciencia", titulado "Ciencia como prejuicio" y perteneciente al Libro Quinto, afirma: "Pretender que sólo está justificada la interpretación del mundo que os justifique a vosotros, que permita investigar y seguir trabajando científicamente en vuestro sentido una interpretación que no admita más que las operaciones de contar, calcular, pesar, ver y prender, es una torpeza y una ingenuidad. ¿No es, por el contrario, harto probable que precisamente lo más superficial y externo de la existencia sea lo que puede asirse antes que nada? ¿cuándo no lo único que puede asirse?. La interpretación científica del mundo, tal como vosotros la entendéis, bien podría ser, pues, después de todo, una de las más tontas, esto es, más abstractas, de todas las interpretaciones posibles del mundo. Les digo esto al oído y a la conciencia a los señores mecanicistas que hoy día se complacen en echarlas de filósofos y creen que la mecánica es la doctrina de las leyes primarias y últimas sobre cuyo fundamento se levanta por fuerza la existencia toda. ¡Pero un mundo esencialmente mecánico sería un mundo esencialmente carente de sentido!.Suponiendo que se fijara el valor de una pieza musical en base a la parte de ella susceptible de ser contada, calculada y reducida a fórmulas. ¡Cuán absurda sería esta valoración científica de la música! ¿Cuánto de ella sería comprendido y conocido? ¡Nada, absolutamente nada de lo que en ella es propiamente música!"
Supongamos que efectivamente todo este discurso humano no sea más que un mar de interpretaciones. El que así fuera no quita que busquemos orientarnos y tratar de llegar a alguna orilla. A esa orilla llamémosla verdad. ¿Cómo ir hacia ella? Simplemente navegando y ya veremos que pasa. Navegar es necesario, vivir no es necesario. La ciencia, pese a sus condescendencias con la barbarie, muestra, al menos, una manera de aproximarse a la orilla: atenerse a la exigencia del dato. La filosofía, por su parte, presupone el siguiente método general: el diálogo. Dialogar hace crecer la verdad dentro de nosotros, atenernos al dato nos ayuda a no exagerar el número de velas desplegadas. Todo a su tiempo. La pregunta es: ¿alcanzaremos esa orilla? En todo caso sigamos navegando, que para eso somos humanos.
Es tan cierto que las relaciones humanas están teñidas de egocentrismo como que el egocentrismo es una ilusión que debe superarse. Pero lo que no es cierto es que el concepto de poder sea contrario al concepto de rebelión: el poder es precisamente una rebelión del individuo contra la comunidad, contra la realidad, contra la necesidad. Una rebelión que consiste en colocar la competencia donde es posible la cooperación, la mentira donde es posible aclarar y sincerar, el despilfarro donde existe la necesidad. Sentirse poderoso es sentir que todo lo ajeno se puede enfrentar y efectivamente está enfrente, sentirse poderoso es no aceptar ser parte de... Ser poderoso es llevar a cabo esta rebelión. Ser poderoso se agota en la muerte.
Los símbolos solo comunican cuando son interpretados como meros signos, pero esta no es, en realidad, mas que una de las posibles formas en que actúan sobre lo real. Si se los proyecta sobre los objetos e instrumentos generan modelos de acción, abriendo la puerta a una actividad humana cada vez más fructífera. Si se los proyecta sobre la imaginación dan vida a un mundo virtual, el de las fantasías o pseudo-realidades. La realidad misma puede ser recubierta con un manto de símbolos a través del cual la mirada humana se desliza no solo en un mirar, sino en un querer mirar de cierta manera, imprimiendo una visión del mundo al mundo. También pueden los símbolos retornar a la propia mente para "evolucionarla" en un proceso de autoconstrucción cada vez mas profundo y libre. Pero los símbolos no son la panacea que abre todos los caminos y resuelve todos los males, son también el laberinto en el que muchas veces la mente se pierde para no encontrar ya nunca mas el camino a lo real.
Los símbolos abren puertas pero también echan trampas. Lo fantástico, lo virtual, lo modélico, se deslizan mutuamente unos sobre otros y así la mente esta siempre en la frontera de una posible confusión o desastre. Pero no es este el mas caro precio que debe pagar el ser simbólico sino el verse fuera de lo paradisíaco, es decir, de la naturaleza. Efectivamente, la cualidad esencial de lo simbólico es ser artificial, desconectado no solo de lo natural de la conciencia, sino siendo antinatural. El ser humano, a través de lo simbólico, adquiere autoconciencia y se aparta de toda pertenencia a lo dado. Deja de girar en torno a lo presente y comienza a existir colgado del futuro o de la atemporalidad, en un balanceo arriesgado sobre los abismos de la inconsistencia y la perdida de referencias concretas. La perdida del contacto simple con el mundo lleva al ser simbólico a una autorreferencia que debe ser soportada como una carga. La libertad humana, la apertura hacia lo posible que aportan los símbolos, se paga con el dolor de unos límites implacables mas allá de los cuales solo existe lo otro, lo ajeno, lo inabarcable que sumerge la identidad en impotencia. La factibilidad contrapuesta a la posibilidad se presenta como carencia.
Así pues, la mente autoconciente debe bregar contra la muerte, el olvido, la ausencia de un centro al cual acudir o una instancia a la cual apelar. Infectada de símbolos, la lucidez de un cuerpo se aleja retenido por la animalidad. Un largo tanteo simbólico se inicia con la autorreferencia simbólica, por el cual la mente pretende retornar al cuerpo o al menos situarlo en sus esquemas, el hombre pretende retornar a la mujer, la conciencia humana a la vida. Ese tanteo en el que la ceguera va siendo sustituida por lo visionario también es, desde la impotencia, una búsqueda de la inmortalidad pura o de alguna forma de mortalidad trascendida en la inmortalidad. También es, si se quiere, el tanteo ciego en busca de la verdad.



El Masón.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Masoneria post-moderna.....¿ En Cuba ?

Los masones somos admitidos si anhelamos ser honorables, si anhelamos ser hombres libres y de buenas costumbres, pero este alto espíritu no siempre se acompaña de concurrencia a las tenidas porque tienen mucho de su tiempo comprometido con el trabajo, lo que es acompañado por la benevolencia de sus hermanos mayores. Benevolencia que, a su vez, es observada por otros hermanos porque postulan que dicho comportamiento benevolente puede perjudicar a la formación masónica tanto del iniciado cuanto del mismo colectivo masónico. Este comportamiento benevolente y dedicado a compromisos no masónicos puede originar que la vida masónica sea reducida a considerarse masón por el hecho de haber sido iniciado y detenerse o negarse a cualquier otro proceso de transformación. Reduccionismo conceptual que otros hermanos consideran que solo debe ser ampliado por la inclusión de la simple militancia o del debido ascenso en su carrera masónica.
Los buenos hermanos menores así como los benevolentes hermanos mayores pueden estar olvidando que la grandeza de la Masonería radica en sus obreros. Conocer diversos aspectos de la vida masónica no garantiza el ímpetu para alcanzar los principios que permitan el bienestar de la humanidad futura. La falta de integración al cuerpo mental masónico y a los planos espirituales por privilegio de aspectos de seguridad material y benevolencia implementados pueden rompe la verdadera cadena de unión, y con ello, postergar la verdadera emancipación y elevación espiritual. Lo que permite conservar aquellas fuerzas profanas que actúan en nosotros, muchas de las cuales son fuerzas trasmitidas por los poderosos medio de comunicaciones implementadas en el colectivo profano, y que sin embargo, simbólicamente dejamos fuera cuando nos iniciamos sin valores ni metales.
La asistencia a las tenidas implica ejercitar la libre reflexión y meditación, evaluar los principios que sostienen nuestros pensamientos temporales, ejercitar los principios que rigen el pensamiento, evaluar los principios que se implementan en el mundo profano. Es decir, formarse en la fragua de la logia abierta permite aprender a manejar las herramientas de la vida masónica para construir un mejor mundo para vivir.
La Orden Masónica al ser una escuela iniciática busca la mejora a través de procesos previstos, al margen del azar, por medio de la disciplina y el orden y no solo por la simple admisión. La Orden Masónica esta organizada para tal fin, la misma que ha surgido de la razón y el análisis. Como sistema moral se ha creado para su convivencia y no sólo su lectura. Los iniciados constituimos el único instrumento móvil de la orden masónica. Los hermanos mayores, al adquirir mayor grado de libertad, adquieren mayor responsabilidad lo que implica que sus reflexiones deben tener mayores alcances, deben medir mejor las consecuencias porque ha accedido a principios más universales y no porque tienen mayor tiempo en los registros de la logia.
Las nuevas benevolencias y licencias que reinan al interior de las logias pueden ser manifestaciones de nuevos principios que ya están valorados dentro de la Orden Masónica y por ello deben ser analizados.
En este sentido, se acepta que en el mundo profano y tal vez dentro de la Orden Masónica, estamos ingresando a una nueva etapa histórica denominada post-modernidad. Punto de vista que comparten filósofos, historiadores, publicistas, autoridades y poderes fácticos en su intento de definir la realidad. En este sentido, la post-modernidad puede tener aportaciones novedosas pero, sobre todo, hay que establecer su influencia en la propia realidad masónica.
Muchos pueden decir que esta actitud ante la realidad y ante la historia es bastante común y superflua. De hecho puede observarse, aunque con un nombre distinto, que esta actitud ante los grandes relatos que se trasmiten por los medios de comunicación impregna tanto el lenguaje cotidiano como los presupuestos no racionales, no razonados.
Por ejemplo, se hace manifiesta la diferencia entre pluralidad y mundialización; entre la sociedad plural y del valor que se da a lo diferente a la vez que la mundialización de la homogenización. Es decir, los mensajes que se inoculan en la sociedad por el mismo canal y a la vez hablan de valorar lo variado en la sociedad y al mismo tiempo buscan garantizar la homogeneidad de los individuos, lo que implica que se ahogue todo intento de que esa pluralidad se haga realidad más allá de lo meramente estético.
Esta coexistencia de principios presentada por los constructores del pensamiento post-moderno plantea establecer si el concepto de post-modernidad sanciona filosóficamente los hechos que reclaman explicación o es la post-modernidad la que ha dado pie a los fenómenos post-modernos.
El análisis de la sociedad y sobre todo del saber post-moderno nos permite establecer que no explican los hechos sociales ni están al servicio de ellos, tampoco se puede considerar que esta teoría filosófica tenga tanta influencia en la sociedad como para provocar una reacción tal. Lo que nos puede conducir a pensar que se esta interpretando los signos que sostienen la historia. En cuyo caso se esta captando la dirección de las transformaciones del saber y proporciona una explicación de ellas.
Visto así el término post-moderno produce una sensación de engaño, de vacío. Un vacío que no es ni la pérdida de sentido ni la reconstrucción del sujeto, porque detrás de este término habría muy pocas cosas. Esto es, la descripción de lo que sucede puede ser correcta pero el sentido que se establece puede ser falso.
Para muchos la post-modernidad se inicia luego de la Segunda Guerra Mundial, del capitalismo tardío, del comienzo de la época post-industrial, es decir, luego de keynesismo, donde los estados ejercían control sobre el mercado a fin de garantizar el estado de bienestar. La diferencia más importante del capitalismo tardío es que el saber, y en especial el conocimiento científico no solo es mercantilizado, sino se convierte en la principal fuerza productiva en sustitución de la materia prima y la mano de obra. Esta nueva forma de producción capitalista afecta a la propia estructura del saber, que va a convertirse en un producto, en una mercancía más. La consecuencia de esta mercantilización de todo sería la causa de las nuevas benevolencias y preponderancias laborales dentro de las logias. Sin embargo, hay que reconocer que la producción y el consumo, la búsqueda de mercados potenciales y de materias primas sigue siendo importante para el desarrollo de las sociedades lo que parece estar en contra de esta descripción post-moderna.
Desde la perspectiva política la post-modernidad representaría la caída de la teoría de la sociedad como un conjunto. Es decir, ya no hay un sentido univoco que dé cohesión a las relaciones sociales, lo que implica que los seres humanos ya no consideran su actividad englobada en un todo, sea esto una sociedad, una nación o la misma humanidad. Esto puede manifestarse en los masones por considerarse masones por el simple hecho de ser regulares activos, más no por principios universales como la fraternidad universal. Lo que implica que la actividad realizada ya no tiene objetivo más allá de sí misma. Esto implica la transformación en el modo de concebir la historia y el saber. La concepción de la historia ya no sería lineal, esto es, ya no hay un principio y un fin determinados. Lo que implica que la justificación que permitía presentar a la historia como lo trascendente también deja de serlo. Esto sería así por que todos los meta-relatos pierden legitimidad y con ello la misma historia deja de ser una narración. Lo que incluiría a la misma historia masónica. Es decir, el saber moderno ya no tiene legitimidad en las sociedades post-modernas.
A lo largo de la historia de la historia ha habido tres tipos de relatos legitimizantes: el mito, la religión y la filosofía. La filosofía es propia de la modernidad. En la modernidad se puede hablar de tres grandes relatos:
El hegeliano que concebía a la historia como el auto despliegue del Espíritu. Esto es, todo lo que sucede en la historia, incluido el sufrimiento, esta justificado en tanto que contribuye al progreso del Espíritu hacia la máxima libertad y auto-conciencia. El saber y la sociedad están legitimados en función del Espíritu.
El segundo gran relato es el relato emancipador. La nación, el pueblo y su camino hacia la libertad es lo que legitima a las instituciones y al saber, que le proporcionan los instrumentos para que, por medio de la deliberación, llegue hasta ella. Concepción que fue difundida por las logias masónicas especulativas.
El pragmatismo que entiende que la sociedad es un sistema unitario y autorregulado. Toda acción realizada en el marco del sistema sólo puede contribuir a su desarrollo o a su decadencia. Entendiéndose que el desarrollo implica la mejora de las condiciones de vida de los miembros de la sociedad. Sin embargo, con el establecimiento de la tecnocracia la optimización del sistema es privilegiada sobre el desarrollo de los miembros de la sociedad. Esto puede ser el origen tanto de la benevolencia como del privilegio por el trabajo en las sociedades post-modernas.
A nivel cultural, la perdida de sentido, esto es, el nihilismo no es un fenómeno nuevo. Como lo expresó el mismo Nietzsche el hombre moderno al matar a Dios eliminó la posibilidad de fundamentar metafísicamente el conocimiento. La tendencia del hombre a la verdad que presuponía la tradición platónico-cristiana occidental se manifiesta en la exigencia de verdad de la ciencia moderna. Pero cuando la exigencia de verdad se lleva hasta sus últimas consecuencias y se busca la verificación de esa tendencia a la verdad, de la supuesta existencia de la verdad se comprueba que se apoya en un mundo trascendente que ya ha sido desacreditado por la crítica hecha a la religión por el modernismo. Esto tiene como consecuencia la aceptación de que la ciencia no puede aspirar a la verdad y no es única, tampoco puede legitimarse ante la sociedad, el Espíritu o el pueblo por ese camino. Por esto, cada ciencia va a tener que legitimarse por sí misma no por relación a un relato único, ni siquiera con respecto a un discurso propio, sino que se justificará ante la sociedad en virtud de sus efectos, de sus beneficios, es decir, de su aspecto técnico.
Pero aquí podemos discutir a quién beneficia o perjudica la legitimación del saber. Las ciencias se han subordinado a la técnica. La técnica ha sido encumbrada, por la eficacia, por la optimización del sistema. La perfección del hombre es reemplazada por la optimización del sistema. Y esta optimización se mide en términos económicos y no espirituales. Esto implica que con esta reconfiguración del saber, el meta-relato emancipador ha sido perjudicado, ha perdido consistencia, ha caído en desgracia. Sin embargo, el uso del concepto de progreso evolutivo ha sido conservado para la retórica del sistema, es más, se lo invoca como el nuevo meta-relato.
El descrédito por lo emancipador proviene de los medios de control que han impulsado el disfrute individual. Esto beneficia la consideración de que la realidad es unidimensional, permitiendo legitimar la optimización del sistema. Es decir, se benefician las clases que tienen el control del sistema.
La técnica al producir efectos se legitima y con ello legitima a la ciencia, que sin embargo, es su fuente de desarrollo. La técnica sólo busca optimizar sus operaciones, tratando de mejorar la relación entre medios y fines, esto es, tratando de lograr los fines al menor costo. Pero aquí surgen dos interrogantes. Quién fija los fines de la técnica y a quién beneficia sus efectos. Los constructores de la teoría de la post-modernidad dicen que es el sistema quien fija los fines y la optimización de sus medios la beneficia. Sin embargo, esta concepción tan mecánica identifica que el ser humano deja de ser fin y se convierte en medio. Dicho de otra manera, se soslaya que una clase social que decide se beneficia conscientemente de la dinámica del sistema. De este modo, se justifica optimizaciones brutales. De este modo se privilegio lo económico.
Históricamente podríamos concluir que la post-modernidad es la culminación de los ideales modernos. En realidad seria el desarrollo que se ha dado a una sola idea, la idea moderna de dominio de la naturaleza, que se ha impuesto en todos los terrenos, en lo económico en forma de capitalismo, en lo social en forma de sistema autorregulado y en lo cultural en forma de individualismo. Pero ni el individuo llega a ser autónoma ni la sociedad como sujeto logra emanciparse, ya no de la naturaleza, sino de sí misma.
La concepción moderna de un sujeto estable convertía todo conocimiento en objetivación. Pero cuando ese conocimiento se vuelve sobre el propio sujeto o sobre los sujetos, se favorece su cosificación, el tratamiento del hombre para con el hombre como un objeto. Este sujeto moderno pierde su consistencia en el post-modernismo por tres críticas fundamentales:
Primero, Freud no considera autónomo al yo, debido a que se halla sometido tanto al super yo como al ello. El super yo representa las exigencias morales, que no son sino exigencias interiorizadas por el sujeto mientras que el ello representa los instintos que piden satisfacciones que han de ser suprimidas para la vida en sociedad. La represión del ello acrecienta el poder del super yo sobre el individuo y cuyas exigencias son, muchas veces, imposibles de cumplir, generando en el individuo infelicidad y, en casos extremos, patologías psicológicas. Con esta idea, la post-modernidad pretende mostrar la fuerte dependencia del sujeto con respecto a lo social y a su constitución biológica, rechazando la idea de una esencia libre y autónoma como constitutiva del mismo.
Segundo, la teoría crítica señala el hecho de que el dominio de la naturaleza no nos ha llevado a la emancipación, sino a la explotación del hombre por el hombre, esto es, a la cosificación. La formación del sujeto, tanto individual como colectivamente, ha pasado por un sometimiento a leyes y no al despliegue ni del sujeto ni de sus potencialidades, debido a la necesidad de estandarización que la industria capitalista considera menester para la homogenización tanto de la producción cuanto del consumo y, por tanto, del sujeto. Con ello, los constructores del post-modernismo establecen que el sujeto no es ni libre ni autónomo y por lo tanto, no puede ser fundamento de una concepción de la realidad.
El sujeto post-moderno es fundamentalmente una nada, un vacío, por lo que su filosofía se va a orientar a hacer presentable un hecho no positivo sino negativo. Esto permite afirma que no hay una esencia positiva del sujeto, el sujeto no es algo fijo e interno que se va manifestando externamente, sino que es pura acción, pura decisión, y, sobre todo, pura creación. El sujeto sólo existe en tanto que decide. Por ello, porque es puro devenir, el sujeto es inexpresable por un concepto. Así, el sujeto se convierte en una ficción útil, esto es, es una narración que hacemos de nuestra vida y sólo es real en tanto que es una narración. Con ello, al sujeto no puede concedérsele poderes que no tiene, ni hacer de él una entidad independiente e incluso trascendente. Lo que es contrario a la propuesta dado por la orden masónica.
Tercero, para hacer presentable a ese sujeto post-moderno diluido se emplea la teoría de la presentación kantiana. La presentación del sujeto, que es vacío, a de ser simbólica, análogamente a como la facultad de juzgar kantiana hace sensible al noúmeno, que no es sensible de por si.
La humanidad como sujeto orientado hacia la emancipación ha perdido consistencia. Ello implica que no se puede creer en la necesidad de la emancipación. Lo que también resulta contrario a la propuesta masónica. La única manera de conocer la dirección de la historia es por medio de signos, como decía Kant. También decía Kant que, si bien la historia no caminaba hacia lo mejor, la acumulación de signos que simbolizan esa tendencia genera en los hombres entusiasmo que vuelve a influir en la propia historia. Con la diferencia de que la post-modernidad no ha generado entusiasmo, porque lo que se ha producido no ha sido un avance en dirección a la libertad, sino la disolución de la idea ilustrada de la emancipación y que fuera encarnada en los estados democráticos, que, cada vez más, ven reducir su poder a favor de entidades supranacionales no democráticas como son las empresas transnacionales.
Para aceptar esta conclusión se tiene que aceptar dos presupuestos:
Primero, considerar des-realizable la idea de sujeto como consecuencia de las ideas modernas, y que por el contrario han culminado en la post-modernidad, sin tener en cuenta el fuerte componente emancipador que anido en la modernidad. Esto mismo señalan Adorno y Horkheimer al criticar a la Ilustración, destacando la unidimensionalidad y la miseria espiritual y material impuesta por el capitalismo tardío que no eran sino la imposición de una de las fuerzas que actuaba en la Ilustración.
Segundo, considerar irreversibles tales fenómenos. Si la modernidad generó la disolución del sujeto individual y colectivo ¿por qué no luchar contra la causa de esa degeneración? Además, la desrealización del sujeto moderno implica la realización previa de esa entidad, de ese yo libre y autónomo. Pero esa realización sólo se ha dado en las mentes de los pensadores modernos y no en la humanidad, que no ha logrado su emancipación, por lo que, ciertamente, hay poco que desrealizar, hay poco que deslegitimar, porque el desarrollo real de los ideales de la Ilustración no han sido tan grandes.
Los constructores del post-modernismo al analizar el saber en las sociedades post-modernas, explican la pragmática del saber científico para mostrar cómo el concepto tecnocrático del sistema estabilizado y autorregulado no es científico sino más bien cínico e intencionalmente engañoso. Esto es así porque el sistema necesitaría considerarse así mismo como estable para poder controlar la optimización progresiva, para poder predecir los efectos finales, para poder predecir los productos conociendo sólo los insumos y las condiciones iniciales del sistema. Para los constructores del post-modernismo, la ciencia post-moderna no se legitima por la estabilidad del sistema, ni del científico ni del social, sino por el hecho de dar nacimiento a nuevas ideas. Cada enunciado de la ciencia busca precisamente lo anormal, lo nuevo, lo extraño, lo que no encaja y fomenta, por tanto, la revisión constante de lo aceptado. Así, podríamos decir que el funcionamiento de la ciencia se apoya en un consenso constantemente revisable entre los científicos.
Sin embargo, estos intereses de la ciencia post-moderna chocan a menudo con la búsqueda de la optimización del sistema por medio de la técnica, y el criterio de poder se introduce en las instituciones científicas merced a su dependencia económica de los estados o las empresas.
De otro lado, esta concepción cambiante de la ciencia post-moderna, beneficiaría a la regulación del sistema sin que sea necesario recurrir a la imposición de criterios ajenos a ella, como el poder. Ayuda a la autorregulación del sistema en tanto que su falta de previsibilidad da lugar a nuevas jugadas imprevistas dentro de la pragmática de los saberes, de las que se nutre la perfectibilidad exigida por el sistema.
Pese a contarse con este modelo alternativo al sistema, que cuenta con un funcionamiento basado en el consenso local, no parece que se aplica la misma al conjunto de la sociedad. Esto es así porque la pragmática social contiene una enorme variedad de lenguajes inconmensurables entre sí que impiden la definición de prescripciones comunes a todos ellos.
Por ello, es rechazable la idea del consenso argumentativo planteado por Habermas y se plantea, en polaridad al consenso, el disenso, el reconocimiento de la diferencia como camino hacia la justicia. Se desconfía de la idea del consenso por varios motivos. De un lado, es apreciable la tendencia del sistema a homogenizar los espíritus y las opiniones, y hasta, el consumo en términos económicos; pero también la facilidad con que logra ese propósito. Por lo tanto, el consenso entendido como coincidencia de opiniones no es nada que escape a la autorregulació n del sistema.
De otro lado, el consenso de Habermas se sostendría en la idea emancipadora y la legitimidad del saber mediante la argumentación, presupuestos que serían incorrectos desde el momento en el que se asume que la legitimidad en las sociedades posmodernas no lo da la argumentación sino el poder.
En todo caso, los constructores del postmodernismo, emplean la propuesta del consenso argumentativo de Habermas para plantear un enemigo a la medida, y con ello, legitimar el disenso posmoderno. En todo caso, el sistema impone falsos consensos y legitima el saber mediante el poder. Esto implica que el sistema no es argumentativo, lo que implica que el consenso argumentativo es insuficiente. Implica que es preciso contener las fuentes de imposición dada por el sistema para garantizar la argumentación racional.
Los mismos constructores del disenso posmoderno se quedarían si proyección, porque ¿acaso no se cierto que el disenso se ahoga ante el consenso impuesto por el sistema?
El consenso provisional es precisamente la única garantía de supervivencia de la pluralidad, en la medida en que presenta batalla a la estandarizació n. Y, en tanto que es argumentativa y racional, no supone la renuncia a la diferencia, sino tan sólo un aplazamiento.
Es más, la idea de consenso argumentativo es un enunciado que no dice que el consenso de facto se legitima por la argumentación, pues hay fuerzas poderosas que actúan sobre los seres humanos y les condicionan, por el contrario señala que el consenso debe legitimarse por la argumentación racional.
Los constructores del postmodernismo señalan que la transformació n del saber sería el acontecimiento que marca la diferencia con el modernismo.
El saber era considerado en el modernismo como un instrumento al servicio de la emancipación del hombre y de la sociedad, servía como formación del individuo autónomo. La extensión de la idiosincrasia capitalista hasta el saber y sus medios de difusión van a hacer de éste una de las principales fuerzas de producción. Esto lleva aparejado el hecho de que el saber se convierta principalmente en comunicativo, en tanto que es un producto, primará su valor de cambio sobre su valor de uso, es decir, lo importante será el intercambio de informaciones y no su utilidad para el individuo, la sociedad o el poder político.
Asimismo, el canal de transmisión condiciona la nueva estructura del saber: todo saber que no pueda ser cosificado o cuantificado en los medios informáticos será dejado de lado con lo que dejará de existir.
En este aspecto, los estados y el poder político, son y serán acosados como generadores de disturbio a la libre comunicación, tal como las transnacionales son atacadas como elemento que impide el libre intercambio de mercancías.
Todos estos cambios afectan la legitimación de la sociedad en su conjunto y del propio saber.
El postmodernismo distingue varios tipos de saber, entre ellos el narrativo y el científico. El saber narrativo toma la forma de relatos, lo que permitió que las concepciones de la historia sobre la modernidad legitimaran a la sociedad. Los dos grandes relatos de la modernidad han sido el emancipador, que legitimaba el saber en la medida en que contribuía a la emancipación del pueblo, y el hegeliano, en el que era la creencia en el despliegue del Espíritu lo que justificaba el saber. En este caso el saber se legitimaba a si mismo, ya que es él quien define lo que es la sociedad, el estado, el pueblo, etc.
Los grandes relatos han perdido su autoridad como legitimadores del saber, debido, en parte, al nihilismo inherente al saber desde el siglo XIX.
La exigencia de verdad del saber científico es, llevada hasta sus últimas consecuencias, la que provoca el derrumbamiento de la jerarquía de los saberes. En un principio, es el saber narrativo el que, por medio de un metarrelato, da cuenta de la realidad y legitima la validez del conocimiento científico. La ciencia tiene conocimiento verdadero porque se apoya en un argumento metafísico, la existencia de la verdad y la validez de la prueba, es decir, en la certeza de que un mismo referente no puede proporcionar dos pruebas contradictorias. Pero admitir esto requiere admitir el metarrelato en el que se incluye esa metafísica. Pero cuando se exigen pruebas de validez de la propia prueba, es decir, cuando se exige demostrar que la demostración es verdadera sin acudir a argumentos metafísicos, que la ciencia no considera válidos, todo el sistema se desmorona.
La pluralidad de las ciencias, antes cohesionadas por un solo relato, no pueden ya legitimarse ante la sociedad más que por su efectividad, por la optimización de sus medios con respecto a sus fines.
Esto provoca, la ascensión del estatus de la técnica, que es la que garantiza la validez de la prueba, la verdad de la teoría científica. Pero en tanto que la aplicación de la técnica consume recursos económicos, se produce una relación nueva entre sistema económico, perfeccionamiento y verdad: quien posee recursos económicos no solamente tiene acceso privilegiado a la verdad en sí, sino también a la posibilidad de determinar qué es verdad y qué no lo es. Lo que no es parte de la razón moderna.
Este cuadro presentado por los constructores del postmodernismo no se aleja demasiado de la realidad, y tal vez por eso es poco halagüeño. No puede ocultar, de otro lado, que las actitudes que propone ante el avance a toda máquina de la homogenizació n, la miseria espiritual, la perdida de libertades y la legitimación por el mero poder, lo que resulta poco consolador para algunos masones iniciados. Otros masones podrán considerar esta posición como sentimiento nostálgico, pero la perdida de sentido y de objetivos trascendentes, dentro y fuera de la orden masónica, no es casual, sino intencionada, humana en parte y, por ello mismo, reversible.
La trascendencia implicaría abandonarse al poder del sistema sin ninguna entidad mediadora que permita la crítica y con ello el disenso. Claro que salvar la diferencia fomentándola no es lo mismo que defenderla mediante un consenso provisional, que no sea, desde luego, un fin en sí mismo. De este modo, la misma posmodernidad sería un enunciado preformativo, lo que debe ser materia de trabajo masónico en logia abierta.

El Masón.